Debería.

sábado, 14 de mayo de 2011


Debería guardar tus palabras, no en la memoria, no en un disco duro. Debería guardar tus palabras, no en el corazón, no en el alma. Debería guardar tus palabras, no en el cielo, no en suspiros. Debería guardar tus palabras en los labios, aquellos tan delgados y bien formados.


Debería guardar tus palabras para recordártelas meses después, Debería guardar tus palabras sólo para mí. Debería recordar que no las has dicho. Debería despertar.

Efectos de un Rob Roy

miércoles, 4 de mayo de 2011


Hace más de un mes que no había podido conciliar el sueño, el exceso de trabajo y problemas personales impedían que mis nervios se relajasen. Una parte de mí deseaba salir del D.F. para poder desaparecer de todo y de todos, sin embargo, la otra parte le tenía miedo al abandono de mis responsabilidades, e ilusamente creía que todo iba a estar bien, pensando que sólo era cuestión de tiempo.


Los días pasaban y, yo, seguía sintiendo la presión de todo aquello que me rodeaba. No tenía ganas de ir a la escuela, tampoco al trabajo y mucho menos de ver a mi novio. Lo peor, es que no podía expresar mis emociones, en todo debía poner una buena cara, sonreír y contestar con: un sí, lo haré enseguida, no te preocupes, estará listo en cualquier momento, discúlpeme y pronto nos veremos. Nada era lo que yo quería.


Un viernes, atorada en el tráfico quincenal, quería descuartizar a todo aquel que se atravesara en mi camino, estaba molesta e iracunda, los días estaban acabando conmigo, y yo me ahogaba sin mayor dificultad. Miré el reloj, llevaba más de una hora en pleno Periférico, después de esto, mi celular empezó a timbrar, era Ana, mi mejor amiga- ¡Hace tanto tiempo qué no sé de ella! pensé - con tanto trabajo se me había olvidado llamarle.


_ ¡Ana, qué milagro! – contesté.

_ Eres la peor mujer que he conocido, te has olvidado de mí… pero te perdono, sé que cuando desapareces algo anda mal, por eso te llamo. – la voz de Ana me hizo olvidar la ira.

_ Tenías que ser tú para saber estas cosas ¿cómo estás? – no me interesaba su respuesta, pero siempre lo pregunto por educación.

_ Bien, de hecho, necesito de ti en este momento.

_ No Ana, ando muy ocupada con cosas que salen hasta por debajo de las piedras, prometo ponerme en orden pronto, y así poder charlar y ver películas en mi casa.

_ No me interesa Elena, hace meses qué no sé de ti, te necesito en estos momentos y sé que tu también. Te espero en mi casa en media hora – Ana colgó y ni tiempo tuve de respirar.


Recuerdo que me causó molestia el modo en que ella me orilló a ir sin poder objetar nada, pero bueno, se trataba de mi mejor amiga y en parte tenía razón de actuar así, ella sabía que le inventaría alguna excusa para faltar.


Conduje hasta su casa, estando ahí, Ana, me recibió con un grito de alegría y un abrazo bien dado. Yo me sentí incomoda ante aquella atención, no me quedo otra que callar y sonreírle a aquel rostro bronceado.

_ Y bien… ¿para qué me necesitabas con urgencia? – pregunté con cierta emoción.

_ ¡Nos vamos a la playa! – al escuchar semejante estupidez enfurecí.

_ No, no puedo, sabes que aún tengo cosas que hacer y no es así de sencillo.

_ No es pregunta Elena, nos vamos y se acabó. – Ana enrojecía de emoción y coraje ante mi negativa - Tenemos que festejar que me iré a estudiar a Panamá y que David me ha pedido matrimonio, no aceptaré a David, pero cosas buenas han pasado, aunque la nostalgia empieza a invadirme, así que necesitamos estar juntas.

_ ¡Caray! Han pasado muchas cosas, a mí me ha estado yendo mal, por eso no puedo irme de aquí.

_ Ya tengo las maletas hechas, así que llévanos a la playa en este momento, no te preocupes mujer, cuidare de ti – Ana me guiño el ojo…


¡Todo paso tan rápido! En menos tiempo de lo que pude imaginar, ambas nos encontrábamos en un antro de Acapulco, de noche y con minifaldas. Yo, bailaba y bebía un Rob Roy, mientras Ana coqueteaba conmigo. Era una noche estupenda, donde las dos dejamos la cotidianidad, en la ciudad. Por un instante deje de ver a Ana frente a mí, para verla conversar con un chico, enfurecí un poco, no me gustaba que ella tomara decisiones tan a la ligera y que me desplazara por alguien más. Sabía muy bien cómo iba a terminar la noche, e irritada. Preferí salir de aquel lugar para pasear por el malecón.


Entonces ahí fue cuando lo vi, un muchacho de piel morena, de un rostro casi maduro. Su cuerpo me resulto bastante provocador, alto, delgado, pero al mismo tiempo tan fuerte, era la clase de persona que podía remover mis pasiones más bajas. Se me acerco y me dijo:


_ ¿Deseas compañía? – su acento era muy típico al de todos ahí, algo que me desagradaba profundamente, pero la voz era fuerte, igual que su cuerpo.

_No, estoy bien así- comprendí que no se trataba de una propuesta cualquiera, que era algo que sólo se manejaba por intereses monetarios.

_ Estás muy guapa, y yo no sólo te puedo ofrecer una noche, sino también una buena conversación.

_ He dicho que no, no te acerques – Él parecía tan atractivo, que en un momento de idiotez mío, consideré aquella propuesta, regresé al lugar donde se encontraba y…


Esa noche no dormí, ni siquiera pude recordar mi nombre, aquel muchacho despertó todas las pasiones que desde la pubertad había reprimido, mi cuerpo parecía tan moldeable y altivo. Pude saborear la juventud de su cuerpo, que, a pesar de sólo llevarle cinco años, me hacía sentir torpe, como una chiquilla que no se imaginaba lo mucho que le faltaba conocer la voz de su mismo cuerpo. Lo besé hasta marchitar sus labios, lo toque hasta tener impregnado su aroma en mis manos –qué, hasta la fecha no he podido olvidar -.


Sólo pague por dos horas de su compañía, pero él quiso quedarse toda la noche y parte del día en mi regazo. Tenía razón, era un magnifico conversador, cuando se nos acababa la saliva, era el turno de nuestros cuerpos, si los músculos no respondían más, entonces ambos contábamos parte de nuestras vidas, o de algún libro que habíamos leído.


Al despertar, Arturo – ese era su nombre- seguía dormido, lo desperté con un beso, le pagué y pedí que se marchara. Esa fue la primera vez que tuve que pagar por algo que podía tener en cualquier momento con mi novio, o hasta con algún amigo. Jamás sentí remordimiento, por hacer algo moralmente indebido, y mucho menos me lo reproché, simplemente ese fue el momento que quise vivir.


Regrese con Ana al D.F. Ni una pregunta de lo que pasó esa noche, ambas sonreímos, mientras hacíamos bromas de aquello que se nos ocurría al momento. Días después se marcho a Panamá, y yo seguía recordando aquel momento como una novedad más que en algún momento contaría a mi amiga.

Entretanto, los problemas no se acabaron, pero durante mis noches solitarias, me dedicaba a recordar los detalles morbosos.