
Hoy, después de 7 años me encuentro aquí, el que fue nuestro lugar. Uno de tantos...
Qué niños éramos, tú apenas habías cumplido 18 años y yo estaba en las últimas de los 16. Y ahora… ¿Qué te puedo decir, Damián? – Los años no pasan a ciegas. A pesar de todo, heme aquí invocando aquellos días, de la manera más ingenua que sé, con el pensamiento.
Recuerdo cada salir de clases, tú, como siempre esperándome en la puerta del colegio y yo corriendo para besarte y abrazarte. Ni siquiera esperaba a mis amigas, porque la única persona que me importaba mirar y escuchar eras tú….
¿Recuerdas aquellas tardes?
Siempre nos dirigíamos al subterráneo, buscábamos algún rincón del vagón, para besarnos con la intensidad de quienes aprenden a amar, para tocarnos por encima de nuestras ropas; lo hacíamos como un par de descarados, porque siempre lográbamos perdernos en nosotros, olvidábamos el espacio y el tiempo; como un par de locos. - ¿Qué habrá pensando la gente al vernos? ¿Crees que hacíamos mal? ¿Corrompíamos la moral y la educación que nos dieron en casa? No lo sé… pero no sabes cuánto lo disfrutaba- Pasaban y pasaban las estaciones, hasta llegar a nuestro destino.
Como un par de niños bien portados, salíamos del vagón tomados de la mano como si nada hubiese pasado, como si no nos estuviésemos muriendo por regresar y concretar el juego malicioso que habíamos iniciado. Simplemente abandonábamos la estación, mirándonos, hablando de cómo había sido nuestro día, riéndonos. Puedo jurar que la gente que nos miraba, envidiaba tanta felicidad. Al menos es el pensamiento estúpido en el que alojo todos esos buenos recuerdos.
Ese era nuestro lugar, un café, donde la mayoría de la clientela era gente mayor, hombres solos leyendo el periódico, fumando y bebiendo el clásico expreso, algunas parejas con su bebé, y alguno que otro muchacho con la mirada perdida en la pantalla de su laptop y en el caso más común alguna chica bien arreglada, esperando y mirando la hora en su celular… esperando a algún chico guapo pero al final un patán – quién iba a decir que después de 7 años yo estaría esperándote de nuevo…
-Hola qué tal ¿qué vas a ordenar? – esa era la pregunta del encargado, el joven que mirábamos de lunes a jueves, esa persona que fingía no reconocernos…
- Un Frappe Moka y un Té Chai – decías tú, con esa voz que me gustaba tanto, no era una voz dulce, ni mucho menos blandengue, era grave y firme. - ¿Está bien para ti? – Me preguntabas después de hacer la orden y para entonces a mí ya no me importaba… sólo quería pasar el resto de la tarde contigo.
- La orden de la mesa 7 está lista – gritaba el encargado, y tú siempre tan atento, te levantabas dándome primero un beso en la frente.
-¿Recuerdas nuestra mesa?
Porque hoy, al hallarme aquí, nada del lugar ha cambiado, de hecho al entrar lo primero que busqué fue ese rincón; la mesita para dos, acompañada por una fotografía enmarcada de la Ciudad hace 60 años atrás. Trato de no recordar los detalles morbosos, y me enfoco a lo bien que la pasábamos charlando y mirándonos como un par de idiotas.
-¿Cómo iniciaban nuestras pláticas, Damián? ¿En serio teníamos de que hablar? ¿O nos dedicábamos exclusivamente a alimentar el voyerismo de la gente?
No he pedido mi ya tan acostumbrado Frappe Moka… me muero por ir con la señorita tan encantadora del mostrador, para mirarle e implorarle un poco de azúcar, pero con todo y esas ganas, decido reprimirme… y conformarme con el insípido té de limón. La verdad es qué espero que llegues tú, y lo pidas por mí, sólo por mera curiosidad de saber si aún recuerdas mi bebida favorita. Y entonces yo te diré con una sonrisa – No te molestes así está bien, ahora bebo té – sólo para hacerte saber que he cambiado, y lo tontas que siguen siendo mis mentiras.
Miro a la poca gente que decide entrar al lugar, y nadie, absolutamente nadie se parece a ti. Vaya que estoy mal, me siento como un perrito faldero al cual pronto le traerán su bandeja de comida – más te vale traer una caja de chocolate amargo en las manos-, si esto me hace sentir estúpida, imagínate cómo me hace sentir, el haber olvidado mi reproductor o mi teléfono, pero quise evitarme el bochorno de estar mirando constantemente la hora en ellos, así como también evito mirar el mostrador, porque ahí, arriba de la cabeza de esa muchacha tan simpática, se encuentra la inquisidora forma de un reloj.
-Ana, no hagas ruido con el popote - te quejabas apenado- Ana, baja el tono de voz, Ana, Ana, Ana - ¿acaso no te cansabas de regañarme? Vaya hombre tan quejumbroso del que me enamoré.
No sabes cuánto extraño ese amor tan inocente, y al mismo tiempo tan intenso. No puedo decirte cuál era mi momento preferido, aunque todos los días hacíamos lo mismo, siempre eran tan distintos. Me divertía tanto, sentir mis mejillas sonrojadas, e implorarte con la mirada; intimidad y al mismo tiempo que dejaras de besarme. Eras tan malvado y arrogante.
Recuerdo que solíamos charlar de lo que habíamos aprendido en clase, otras tantas sólo te dedicabas a escuchar mis quejas sobre lo mucho que odiaba ir a la escuela, lo mal que la pasaba sin Georgina, y cuando quería fastidiarte, la vida que quería hacer contigo. Yo escuchaba lo solo que te sentías, los problemas que tenías con tu madre, y lo mucho que te costaba estar bien contigo. Pero en ese momento yo no comprendía la importancia de aquellas palabras.
En ese mismo lugar, fue nuestro primer encuentro, donde nos habíamos citado, sin conocernos si quiera por fotos. Pienso que éramos tontos, por haber accedido a la petición de Georgina y Jorge – odiosa vanidad la de este par, llamarse de la misma forma y creer que eso era señal de que debían de estar juntos ¡ja! Si se vieran a estas alturas meterían la cabeza en un hoyo, sólo del bochorno al recordar- Quise estar a tu lado desde que te vi, sentado, esperándome, con mirada nerviosa. Seguro era porque sabías que el estar ahí ya era señal de estupidez. Cuando me acerque y pregunté …
- Disculpa ¿tú eres Damián?
- Ana, mucho gusto, sí, sí soy – tendrías que haberte visto, sonreíste como un tonto, y yo me sentí tan halagada.
No creo que haya sido amor a primera vista… simplemente pienso que las cosas debían pasar de ese modo, para que fuera todo mucho más interesante y en el futuro ambos tuviésemos qué contar.
Damián, extraño tanto tus caricias, tus brazos fuertes, las palabras dulces al oído, las miradas coquetas, la temperatura de tu cuerpo, tu mirada que siempre parecía estar triste, tus cejas pobladas, tu voz…
Extraño poder entrar y salir de tu cama con una sonrisa, poder contar los lunares de tu cuerpo y buscar lo míos para saber si coincidían en el mismo lugar de ambos cuerpos. Nadie más duerme a mí lado con la necesidad de abrazarme durante el sueño, no como tú, me molesta que alguien más me tome y crea que es cómodo estar así, sin embargo, contigo hasta el caminar sin rumbo y durante horas, resultaba hermoso.
Nadie más me hace el amor, como tú, nadie más se molesta en poner música para quitarle un poco lo animal, al acto. Nadie más me abraza cuando me pongo a llorar porque duele, o porque me pongo nerviosa. A veces pienso que estás tú para tranquilizar y calmar ese dolor, pero al final no puedo encontrarte.
Tengo que irme Damián, no llegaste una vez más, y ya no puedo seguir esperándote. Quería saber cuánto has cambiado, si sigues siendo el hombre que provoca mi mala sintaxis, quería sentir mariposas en el estomago al verte, sonreírte una vez más. También quería decirte que llevo un mes, viniendo a la misma hora, sólo con la ilusión de poder verte; porque he decidido dejarte atrás para ir a perseguir al hombre que me ha robado la tranquilidad en los últimos tres meses.
Y deseo confesarle lo que siento, porque sé que no le soy indiferente, quiero ser libre, quiero enamorarme una vez más. He preparado mi maleta, para salir en el mismo vuelo que él, para no dejarlo ir, lo sé, yo no tengo remedio, siempre hago y digo locuras, pero esta vez deseo estar con alguien más que no sean tus recuerdos.
Quería despedirme de ti. Quería saber de ti, escucharte, abrazarte y poder irme tranquila. Ya es hora… es lo único que he podido pensar en todo este tiempo.
Extraño los momentos donde sólo éramos tú y yo, donde verte me hacia sumirme en un sueño profundo y disfrutar de su tranquilidad. No sabes cuánto me duele aún recordarlo, porque hace tanto que no tengo esa paz. Pero hoy es el día donde debo fingir demencia y en el peor de los casos trazarle un fin.
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